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lunes, 3 de febrero de 2014

FARENHEIT 451: LA LUCHA ENTRE EL SABER Y LA IGNORANCIA


La novela de Ray Bradbury plantea una sociedad utópica donde denuncia los problemas causados por los medios de comunicación tecnológicos en  contraste con los medios escritos. A través del personaje de Beatty, el autor justifica que la lectura no tiene cabida en una sociedad cada vez más acelerada y deshumanizada: la lectura de un libro crea un mundo imaginario, paralelo al real que permite desconectarse de la realidad: la imaginación es capaz de crear mundos paralelos donde se plantean situaciones amorosas, idílicas, fantásticas… que no tienen cabida en una sociedad tecnológica, burocráticamente ordenada, utópica donde los habitantes solamente tiene que cumplir con su labor, desindividualizándoles, creando una sociedad de masas donde nadie destaque sobre el resto de la gente porque la educación viene dada por el propio gobierno a través de las pantallas de televisión.

El control de la educación y la cultura  crean  una igualdad de saberes y un pensamiento único, eliminando todo tipo de disidencia intelectual mediante la persecución y la quema de libros.

Esta pugna entre ignorancia y conocimiento (tema tratado también por George Orwell en 1984) es uno de los pilares en los que se sustenta la novela: el conocimiento lleva a la libertad del individuo, al propio individualismo y permite experimentar emociones y conocer ideas que se apartan de las normas sociales aceptadas convencionalmente.

Esa libertad del individuo le lleva a enfrentarse al mundo, a sus semejantes, a buscar un lugar donde encajar y ser feliz que choca bruscamente con la realidad.  Por ese motivo, los bomberos se encargan de quemar los libros: porque individualizan al ser humano y les hacen infelices.

La libertad es un rasgo distintivo del individuo que le da la capacidad de elección. La quema de libros,  como un atentado a dicha libertad, debe entenderse como un acto de represión y de censura a la propia persona.

El poeta y revolucionario cubano José Martí afirmó que la cultura es la única forma de ser libre: la cultura se adquiere mediante la lectura y la compresión de los textos leídos.  Todo sistema político, ya sea democrático o dictatorial, se basa en el control de la población mediante diversas vías de dominación: militarmente, políticamente  o culturalmente. 

La adquisición de cultura por parte de los individuos les proporciona la capacidad de pensar, de preguntarse sobre el mundo, de cuestionar las normas de dicha sociedad y, en última instancia, de intentar cambiarlas. Su última consecuencia lleva a una ruptura con la cultura oficial por parte del poder, creando una contracultura, un pensamiento crítico,  una disidencia intelectual que empieza a cuestionarse el sistema donde viven y puede llevar, en última instancia, a una disidencia política.

La quema de libros es una constante en la historia del ser humano. Algunos ejemplos son la quema de la biblioteca de Alejandría por parte del emperador romano y cristiano Diocleciano, la quema de los libros de Miguel Serper Verdún por Calvino,  la quema de libros árabes y judíos en España por parte de la Inquisición, los juicios de Nuremberg del nazismo de Hitler…. Son claras muestras de cómo el poder trata de controlar culturalmente a la sociedad: el poder teme al conocimiento porque impide el control de la población.  En la medida en que las personas adquieren cultura por sus propios métodos, les da libertad de pensar y la capacidad de plantarse nuevas ideas, de poner en práctica la mayéutica socrática y  “dar a luz” sus propias ideas.

La quema de libros es una consecuencia de la censura impuesta por la sociedad de la novela.  Es el último acto que culmina y asienta el pensamiento único desindividualizando a las personas, creando una sociedad de masas.

La sociedad de masas se define, como dijo Ortega y Gasset, como un ente uniforme, incapaz de pensar por sí mismo, fácilmente manejable por el poder puesto que el mensaje propagandístico va directamente dirigido a los sentimientos de este colectivo, sin pararse a meditar el contenido de dicho mensaje ni reflexionar en las consecuencias que conlleva, anulando la función metalingüística del propio lenguaje.


Por consiguiente, el control de la cultura por parte del poder es el control del individuo.



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